Artículo por Fred Greco
El tema de la oración al principio le resulta fácil a todo nuevo creyente. Como un niño ante el Padre (Lc 18:17), al llegar a la fe en Cristo, nos damos cuenta, no solo de que tenemos necesidades, sino de que el Señor es el mejor y único proveedor de nuestras necesidades. Por esta razón, vamos rápida y voluntariamente al Señor en oración, presentando todas nuestras preocupaciones ante Él, sabiendo que Él se preocupa por nosotros (1 Pe 5:7).
Debemos orar en el nombre de Jesús, bajo Su autoridad y de acuerdo con la voluntad de Dios.
Pero luego algo le sucede a nuestra sencillez infantil, a medida que estudiamos más la Biblia. Llegamos a una mayor comprensión de la naturaleza de Dios: que Él lo sabe todo (Sal 145:17; Jn 16:30) y que Su voluntad no puede ser frustrada por alguna criatura o circunstancia (Sal 46:10; Pr 19:21). Estas verdades pueden afectar nuestra visión de la oración. ¿Por qué orar si, después de todo, Dios ya sabe lo que necesitamos? Jesús nos dice en el Sermón del Monte que Dios ya conoce nuestras oraciones incluso antes de que las pidamos (Mt 6:8) y que Él conoce tan bien nuestras circunstancias que incluso los cabellos de nuestras cabezas están contados (Mt 10:30). ¿Por qué orar si no hay ninguna diferencia fundamental, ya que, después de todo, Dios obra todas las cosas según el consejo de Su voluntad (Ef 1:11)?
Necesitamos pensar en la oración menos en términos de cómo obtenemos las cosas que necesitamos de Dios y más en términos de nuestra relación con Dios. Dicho sin rodeos, Dios no necesita la oración. Él no cuenta con nosotros para que le hagamos ver nuestras necesidades, y tampoco está esperando que le pidamos para Él actuar. No, Dios es Dios, y Él es el gobernador soberano del universo. Pero también es nuestro Dios, y ha entrado en una relación con Su pueblo, convirtiendo en hijo Suyo a cada persona que confía en Jesucristo. Dios ha dado la oración como un medio para que podamos acercarnos a Él, confiar en Él y comprender que Él nos ama y se preocupa por nosotros. Podríamos decirlo de esta manera: si la Biblia es la forma en que el Señor se comunica con nosotros, la oración es la forma en que nosotros nos comunicamos con Él. La comunicación es crítica para cualquier relación y esto es verdaderamente cierto en nuestra relación con Dios.
Dios también usa la oración para provocar cambios en nosotros. Debemos orar en el nombre de Jesús, bajo Su autoridad (Jn 14:13) y de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14). Seguir este modelo bíblico de oración nos enseña a buscar la voluntad de Dios y a venir al Señor con el deseo de que nuestras vidas reflejen la gloria de Dios y la imagen de Jesucristo. Piensa en esto por un momento: ¿Qué tiene más significado eternamente: que nuestras circunstancias cambien o que seamos más como Jesús? Cuando miramos la oración bajo esta luz, vemos el verdadero poder de la oración. La oración es un medio de gracia que el Señor usa para moldearnos más y más a la imagen de Cristo (ver Rom 8:29).
Finalmente, la oración es también un medio que Dios usa para traer a cumplimiento Su voluntad, no porque Él dependa de la oración, sino porque ha elegido usar la oración para ese fin. Un ejemplo de esto en el Antiguo Testamento es el clamor de los israelitas en Egipto (Éx 2:23-25). El Señor ya había prometido liberar a Su pueblo de la esclavitud (Gén 15:13-14), ya había afirmado esa promesa en Su pacto, y aun así escogió usar las oraciones de Su pueblo para iniciar Su liberación. Recordemos esto cuando estemos desanimados o nos sintamos impotentes. Vayamos al Señor en oración y oremos para que Él cambie tanto nuestras circunstancias como a nosotros mismos.
Recurso: https://es.ligonier.org/articulos/la-oracion-cambia-las-cosas/